El día que te conocí,
cuando encontré tu mirada,
mi vida por ahí vagaba,
sin rumbo, sin esperanzas,
en confusión y en anhelos.
Más te presentaste un día,
llegaste con mayor denuedo,
te aposentaste en mis quitas,
que cambiaste por la brisa,
de tu hermoso palpitar.
Te adueñaste de mis prisas
de mis mejores sonrisas,
me cambiaste hasta el compás,
con esas manos pequeñas
plenas, plenas de divinidad.
Mis confusiones trocaste,
las frustraciones, los miedos,
y en la cumbre de un te quiero,
del abrazo, de tus besos,
diste luz a mi verdad.
Es que tu, como en sueño,
pusiste todo tu empeño,
fuiste el sol de un despertar,
a la razón de mi vida,
a mi sino, a mi heredad.
Hoy que me siento cansada,
y se me acorta el camino,
que se me escapan las metas,
que no me alcanza el destino,
te entrego este mi cantar.
Hoy que puede aún mi mente
tributo al sentimiento dar,
yo te juro, a ti, mi hija(o),
que aunque se acabe mi ruta,
te amaré en la eternidad.
Mariella Bobadilla Pichardo
Derechos Reservados.
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