Yo, con tantas preguntas
y opiniones golpeando mi cabeza,
si debía perderte
o seguir contigo hasta el final.
Seguir creyendo,
en esa intima convicción
de que al estar en mi,
tan dentro de mi ser,
eras como mi propia sangre
y como mi hondo palpitar.
Intuyendo que estabas en mi
para algo bueno,
con que justificar mi propia existencia,
donde podía sentirte
abonando mi vida sin saberlo,
diciéndome con cada movimiento
de tu cuerpo tan pequeño aun,
que eras perfecto, perfecto en todo!
Tu, ajeno a aquel enjambre,
indefenso ante el acoso
de razones que pretendían
convencerme de arrancarte
de mi para siempre,
y tirarte lejos de la vida,
lejos al olvido,
lejos de mi futuro,
el que te soñaba discurrir
rebosante y feliz.
En esos instantes de martirizador
pensar, que agotan el alma,
un estremecimiento recorrió
todo mi ser, agito mi cuerpo,
en una suerte de temblor
como el batir de alas
de mariposas asustadas.
Me pareció oír tu voz
dulcemente lejana,
pidiéndome dajarte vivir,
vivir en mi y por mi.
Aquel canto tuyo
difundido en mis entrañas,
por ese atributo de Dios
que hace de nosotras las mujeres
poetas de la vida,
encontró eco en mi corazón y este me dijo,
que eras el saludable fragmento
de mi poesía mas cierta,
la prosa magistral
de mi cantar mas puro,
y te espere...
Llegaste al fin un día de julio,
te vi llorando entre mis brazos...
eras tan frágil y a la vez tan fuerte,
tan hermoso, tan dulcemente manso,
con esa mansedumbre
que solo expresan las almas nobles,
y te vi crecer a mi lado,
con esa cualidad intangible en ti,
que te hace tan especial y
que percibo yo tan claramente!
Ahora, ya pasado el tiempo,
desde aquellos angustiosos días,
en que tu vida dependía tan solo de mi,
de mi, que podía decidir por ti
sin siquiera pedirte opinión,
después de conocerte y saberte ser
destello luminoso en mi camino,
te agradezco tanto Jorge Luis
que golpearas fuerte
a la puerta de mi vientre,
para que te hiciera caso!
Mariella Bobadilla Pichardo.
Yo, con tantas preguntas
y opiniones golpeando mi cabeza,
si debía perderte
o seguir contigo hasta el final.
Seguir creyendo,
en esa intima convicción
de que al estar en mi,
tan dentro de mi ser,
eras como mi propia sangre
y como mi hondo palpitar.
Intuyendo que estabas en mi
para algo bueno,
con que justificar mi propia existencia,
donde podía sentirte
abonando mi vida sin saberlo,
diciéndome con cada movimiento
de tu cuerpo tan pequeño aun,
que eras perfecto, perfecto en todo!
Tu, ajeno a aquel enjambre,
indefenso ante el acoso
de razones que pretendían
convencerme de arrancarte
de mi para siempre,
y tirarte lejos de la vida,
lejos al olvido,
lejos de mi futuro,
el que te soñaba discurrir
rebosante y feliz.
En esos instantes de martirizador
pensar, que agotan el alma,
un estremecimiento recorrió
todo mi ser, agito mi cuerpo,
en una suerte de temblor
como el batir de alas
de mariposas asustadas.
Me pareció oír tu voz
dulcemente lejana,
pidiéndome dajarte vivir,
vivir en mi y por mi.
Aquel canto tuyo
difundido en mis entrañas,
por ese atributo de Dios
que hace de nosotras las mujeres
poetas de la vida,
encontró eco en mi corazón y este me dijo,
que eras el saludable fragmento
de mi poesía mas cierta,
la prosa magistral
de mi cantar mas puro,
y te espere...
Llegaste al fin un día de julio,
te vi llorando entre mis brazos...
eras tan frágil y a la vez tan fuerte,
tan hermoso, tan dulcemente manso,
con esa mansedumbre
que solo expresan las almas nobles,
y te vi crecer a mi lado,
con esa cualidad intangible en ti,
que te hace tan especial y
que percibo yo tan claramente!
Ahora, ya pasado el tiempo,
desde aquellos angustiosos días,
en que tu vida dependía tan solo de mi,
de mi, que podía decidir por ti
sin siquiera pedirte opinión,
después de conocerte y saberte ser
destello luminoso en mi camino,
te agradezco tanto Jorge Luis
que golpearas fuerte
a la puerta de mi vientre,
para que te hiciera caso!
Mariella Bobadilla Pichardo.